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Operación Wally: cómo una kiosquera, los dueños de un lavadero y otros vecinos de Acassuso ayudaron a un hombre a salir de la calle

El día que Wally consiguió trabajo, los vecinos de Acassuso festejaron. En el lavadero que está sobre la rotonda, los dueños lloraban desconsolados junto a la kiosquera de la esquina. El hombre que hacía años paraba justo enfrente, en una estación de taxi abandonada que él mismo bautizó “el banquito”, empezaba a soñar con un futuro diferente, uno en el que la calle ya no fuera el lugar donde dormiría por las noches.

La tarde anterior, Gustavo Bellisonzi (59), el dueño del lavadero, le había confiado a Wally las llaves de su negocio. Así, el hombre podría ir bien temprano para bañarse, cambiarse y llegar a tiempo a la entrevista laboral en Boedo. Fue Verónica Liguori (55), la esposa de Gustavo, quien se la consiguió.

“El lavadero es el lugar donde todo el mundo se junta y hacemos catarsis”, cuenta la mujer. Allí se enteraron de que otro vecino iba a renunciar a su trabajo de maestranza en la oficina de Correo Argentino que está en la misma cuadra porque le pagaban muy poco. Pero para Wally, que vivía en la calle, ese empleo podía significar el comienzo de un futuro mejor. Verónica le habló al supervisor y le insistió tanto que finalmente aceptó darle una oportunidad a Wally.

Verónica y Gustavo le dejaron a Walter la llave del la lavadero para que pudiese darse una ducha y cambiarse antes de la entrevista laboralSantiago Cichero/AFV

El día de la entrevista, dos meses atrás, Wally tenía puesta una camisa, un par de zapatillas y un jean que guardaba en el lavadero por si lo llamaban de algún trabajo. Probablemente esa ropa se la dio un vecino al que llaman “Clint Eastwood”. Vive en el edificio que está arriba del lavadero y es uno de los tantos que ayudó a Wally. Si bien todos celebraron cuando volvió al barrio con la buena noticia de que había conseguido el trabajo, pronto los invadió la duda de cómo haría Wally para cumplir con sus responsabilidades si no tenía un lugar propio donde descansar, higienizarse o guardar sus cosas.

Gustavo no dudó ni un segundo cuando sentó a Wally en una mesa del local y le ofreció vivir en una casa que era de sus padres. Queda en Martínez, es chica y hay que hacerle arreglos. Pero para Wally, además de volver a dormir en una cama después de tanto tiempo, significaba que iba a poder cerrar la puerta con llave y descansar tranquilo.

“Ese día sentí mucha alegría y una gratitud enorme hacia personas tan maravillosas”, expresa Wally. Es oriundo de San Martín, tiene 46 años y su nombre completo es Walter Michielin. La primera vez que se quedó en situación de calle fue hace unos ochos años. Trabajaba haciendo entregas para un supermercado pero se cansó de que la plata no le alcanzara: “Lo mío fue más también como un enojo con la gente. Vivimos en una sociedad en la que después de los 40, te volvés casi obsoleto. Salvo que tengas, no sé, un doctorado. Y yo no tengo un doctorado”.

Wally en la antigua parada de taxi donde solía dormirSantiago Cichero/AFV

Si bien tras cobrar una herencia pudo salir de esa situación, volver a alquilar un lugar donde vivir y abrir unos puestos de diarios, se fundió. En 2021, entonces, terminó parando en la rotonda de Acassuso. Y si bien algunos llamaron a la policía para intentar sacarlo, con su respetuosidad y amabilidad logró ganarse el cariño de la mayoría de los vecinos. Gustavo fue el primero que entabló un vínculo con él. Hablaban por horas de documentales o libros, más que nada de historia. “Yo me creo un tipo medianamente culto. No se sí inteligente, sino no hubiera estado tirado durmiendo en un banquito. Pero sí medianamente culto”, bromea Wally, que tiene el secundario completo.

Luego se sumó Verónica y, de repente, Wally dejaba de ir a pedir dinero en el semáforo por quedarse sumergido en esas interminables charlas. Aldana Turiaci, la kiosquera de 41 años, no tardó mucho en sumarse a la movida. Ella dejaba su auto frente a la parada, entonces le acercaba mercadería en buen estado, pero que ya no podía vender. “A veces llegaba al local y, a cambio, sin pedírselo, me había barrido la vereda o lavado el auto. Creo que fue ese ida y vuelta de favores mutuos lo que nos hizo más cercanos”, cuenta.

Solidaridad que se contagia

“Ustedes están locos”, “¿Por qué pierden el tiempo?”, ¡Tengan Cuidado”, les decían algunos clientes al matrimonio. Incluso el marido de Aldana desconfiaba de Wally antes de conocerlo. Pero el día que volvió del kiosco, tras haber charlado toda una tarde con él, agarró un bolso, lo llenó de ropa, artículos de higiene y perfumes y le encargó a Aldana que se lo entregara a su amigo. “Lo conmovió a él también”, se alegra.

Wally con Aldana en el kiosco.Santiago Cichero/AFV

Hay gente que, porque vos estás en la calle, piensa que sos un ser prácticamente anormal, como salido del Hades. Pero también tenés gente que no, que te da la oportunidad de tener una charla y se da cuenta de que no porque estés en situación de calle sos un criminal”, explica Wally.

Así, poco a poco, los vecinos se fueron acercando y conociéndolo más. El encargado de la estación de servicio le daba la clave del baño para que se higienizara y le preparaba bolsas con las facturas que sobraban. El dueño de Palo Verde, un local de comida rápida, lo defendía cada vez que la policía se lo quería llevar. El empleado de la empresa Agropecuaria le llevaba un café con leche todas las mañanas y le prestaba la canilla de la vereda para que juntara unos pesos lavando autos.

Claudio, un vecino de un edificio de la zona, le llevó un colchón nuevo. Otro, Bernardo, le llevó un celular, que le terminaron robando. Por un tiempo, entonces, funcionó el “Grupo de mamys de Walter”, un grupo de WhatsApp en el que todo el día le preguntaban cómo estaba.

Un libro por una oportunidad

Wally siempre amó leer, ni siquiera el hecho de estar en la calle pudo sacarle el hábito. Escondía sus libros para que no se los robaran o los dejaba en el lavadero. Le encantan las novelas y los libros de historia y filosofía. El último que leyó fue “La conjura de las reinas” y, aunque está en las antípodas de su ideología, la escritora rusa Ayn Rand es una autora que le encanta. “El que busca, encuentra. Si tenés ganas de leer, vas a leer”, dice Wally, que responde “libros” cada vez que los vecinos le preguntan qué necesita.

“La gente suele esquivar a las personas en situación de calle por miedo o porque no quieren verlos en esa situación. Pero cuando empiezan a vender libros, la gente se les acerca. Empiezan a hablarles y preguntarles sobre los libros. Los vecinos pasan, les traen un cafecito, entonces se vuelven a vincular con la sociedad”, explica Marina Peluffo, miembro de la ONG “Un libro por una oportunidad”.

Cuando dormía en la calle, Wally solía vender libros que una ONG le donaba para que pudiese subsistirSantiago Cichero/AFV

La organización junta y reparte donaciones de libros a personas en situaciones vulnerables para que puedan venderlos a voluntad y juntar algo de plata, al menos para comprar comida. Con el apoyo de esta organización, Wally vendió libros un tiempo y ahora, aunque tiene un trabajo, retomó esa actividad. Es más, está buscando apadrinar al “técnico electrónico”, un hombre de su edad que está viviendo en la calle y con quien tiene relación. Quiere que empiece a vender libros.

Para Wally, el trabajo y la casa con los que tan agradecido está son el “trampolín para un futuro diferente” y cree que lo mejor está por venir. “Una vez Alejandro Magno dijo que si no hubiera sido él, le hubiera gustado ser Diógenes, el linyera por excelencia. Yo ya fui Diógenes, ahora me queda ser Alejandro Magno”, remata.

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