Candela Abdala tenía 15 años cuando cierto día comenzó a sentir una extraña conexión hacia una región del planeta muy alejada de Argentina, su lugar de origen. Aquel lazo incipiente quedó grabado en una imagen que sus padres tomaron de ella cuando le regalaron un viaje a Disney: en vez de desear una fotografía con los personajes típicos, ella buscó los paisajes de Animal Kingdom y dibujó un corazón con las manos junto a imágenes del continente africano.
A partir de entonces, África ingresó en su piel con una fuerza arrolladora y consciente, que creyó que algún día canalizaría de alguna manera a modo de hobby. El tiempo pasó, Candela terminó el colegio secundario y decidió estudiar arquitectura, apoyada por su gusto por los números y el diseño. Entre maquetas y noches desveladas, la joven también dedicaba su tiempo a numerosos voluntariados en su ciudad, Paraná, Entre Ríos, en hospitales, geriátricos, barrios carenciados, así como en otros puntos del territorio argentino.
Todo en su vida parecía marchar sobre ruedas, salvo por un pequeño gran problema llamado África, que una y otra vez aparecía en sus sueños para indicarle que por aquel sendero estaba su destino: “Me di cuenta finalmente de que mi vocación es la del servicio”, cuenta Candela. “Y mi sueño de conocer África estaba más vivo que nunca, por lo que imaginé combinar ambos deseos”.
La joven entrerriana decidió así cambiar sus estudios de arquitecta por Terapia Ocupacional, una carrera que supo que combinaba sus intereses en psicología, neuroclínica, medicina y fisiología: “Me daba las herramientas que necesitaba para cuando fuera a África el día de mañana”.
Candela no sabía cuándo ni cómo cumpliría su sueño, pero poco a poco fue forjando los cimientos. Estudió inglés incentivada por su familia, y portugués, una lengua que la atraía mucho sin saber bien por qué. Y así, en el 2014, concluyó sus estudios y comenzó su camino profesional en Argentina, ganó experiencia, y jamás dejó que su sueño africano se perdiera en el horizonte.
El sueño de África y atender el llamado correcto: “El alma sabe”
Ocho años pasaron hasta que cierto día de abril del 2022, Candela tomó una decisión un tanto incomprensible para su entorno: renunciar a su puesto laboral, un trabajo bien reconocido que le brindaba estabilidad. Sentía que aquel era el año en el que debía irse para encontrarse con ella misma y, para ello, debía vaciarse de lo que le ocupaba su vida entera para dejar entrar lo nuevo. ¿Por qué dejar un trabajo tan bueno?, objetaron muchos; la respuesta siempre era una: África.
Con aquel nuevo propósito, en mayo recibió un mensaje de una amiga: “Mirá, buscan terapeutas ocupacionales en Angola”, decía. Candela no podía salir de su asombro, allí, delante de ella, estaba su sueño de años y esta vez no estaba dispuesta a dejar que se deslizara de sus manos. Sentía que por aquel sendero se abría el camino correcto, el que debía transitar.
“Resulta que en Angola contratan terapeutas extranjeros, en especial para tratar chicos con autismo. Me emocionó muchísimo, hacía añares venía averiguando cosas de África y nunca me iba. Pero yo soy muy de la intuición, y en todas las oportunidades anteriores sentía que algo faltaba”, continúa la joven. “A mí me gusta mucho escribir y un año antes había hecho un escrito para mí acerca de África y, de los 54 países, había mencionado Angola, lo había hecho porque al investigar descubrí que sus principales idiomas son el francés y el portugués. Cuando llegó la propuesta de Angola entendí por qué había estudiado el idioma”.
Candela envió su solicitud, atravesó las entrevistas pertinentes y quedó seleccionada. Así, tras un largo camino que casi imperceptiblemente se venía trazando, la joven aterrizó allí donde supo que siempre había querido estar: “En esta vida tenía que pasar por este lugar en este momento. El alma sabe”.
Dicen que la clave de la felicidad es apartar las expectativas de la ecuación. Candela salió a su aventura sin haber siquiera googleado acerca de su destino, Luanda. Nada esperaba de él, tan solo dejarse sorprender por el puro presente.
Por ello, tal vez, su dicha al pisar suelo africano fue de tal magnitud que las lágrimas -fáciles para ella- no encontraron espacio. Su cuerpo, casi como en un estado de ensoñación, se sentía irreal, como si caminara en otra dimensión dominada por una sola palabra: magia. Y de pronto lo supo, algo se había destrabado en su interior y su corazón ¡por fin! se sentía más completo.
A medida que los días transcurrieron, Candela fue capaz de comprender mejor lo que le había acontecido con África desde pequeña. Allí, en tierra angoleña, fluía cómoda, como si ya la conociera: “Creo que viví otras vidas en África”, dice pensativa.
“Por eso al principio nada me llamó la atención. No tuve que hacer un proceso de adaptación ni con el lugar ni con las personas, es como si hubiese vuelto a mi casa de otra vida. Al mismo tiempo, en esa época yo estaba en una nube, feliz por el sueño cumplido”.
“Ahora, con el paso del tiempo y con un manto realista, asimilo ciertos impactos. Esta parte del mundo es muy diferente a lo que conocemos los que venimos de América o Europa. Este territorio es un lío. En Luanda solo hay más de 5 millones de personas, no hay semáforos, las calles son grandes y están todas enredadas, hay muy poca luz, es muy peligroso para manejar a la noche porque la gente cruza por el medio de la calle”.
“Otra cuestión llamativa son las mujeres por doquier con los baldes en la cabeza con lo que te imagines dentro, caminando, girando, sentándose y parándose sin que se les caiga”, continúa Candela. “Y en la calle podés encontrar desde un lavarropas que están vendiendo, hasta una cartera o cable de celular, nuevo y usado. Y las mujeres cargan toda la mercancía en la cabeza, ¡no te digo un lavarropas!, pero casi”.
“Y por supuesto la vestimenta llama la atención, usan colores y combinaciones que jamás llevaríamos y las mujeres se arreglan mucho, ¡no lo esperaba! Se visten muy formal, para el trabajo tradicional se ponen indumentaria que nosotros usaríamos para un evento de gala ¡en serio! Las uñas siempre impecables y llevan muchas pelucas, lo que hace que cueste reconocer a las compañeras, porque cambian de peinado y color de pelo”, agrega Candela con una sonrisa. “Acá no hay colectivos de línea, se usan unas combis azules -candongueiros- y aplicaciones similares a Uber”.
“Por supuesto, lo más impactante es el nivel de pobreza, el sueldo básico es de 30 mil kwanzas, cuando en el súper ya te gastás entre 50 mil y 100 mil, por eso hay tanta gente en situación de calle. Sin embargo, debo destacar la limpieza, están todo el tiempo limpiando las playas y las calles, y la gente es muy amable y respetuosa siempre: nadie te va a molestar, nadie te va a acosar, nadie te va a decir nada si vas con un shorcito en la calle como pasa en Argentina “.
Trabajar con chicos con autismo y acceder a una buena calidad de vida en Angola: “Cobro mucho más de lo que ganaba en Argentina”
Desde que llegó, Candela siempre supo de su fortuna, no solo por haber crecido con un techo sobre su cabeza y un plato sobre la mesa, sino por haber sido incentivada y haber tenido la posibilidad de cumplir sus sueños, en especial el más grande: conocer y vivir en África.
Y a aquella fortuna inmaterial, esencial y rica para el alma, en África se le sumó la apreciación, el reconocimiento y la buena remuneración asociada a su especialidad, lo que magnificó su agradecimiento por saberse privilegiada en un mundo agridulce y en una tierra invadida por claroscuros, donde lo que sangra puede doler mucho.
“Cobro mucho más de lo que ganaba en Argentina. Acá un extranjero percibe una remuneración privilegiada. Trabajo con chicos con autismo, tengo mi propia sala de terapia ocupacional, que es muy amplia, repleta de luz natural y materiales de trabajo”.
“Hasta hace poco vivía en una casa compartida de cuatro pisos con cuarto y baño privado, servicio de limpieza y auto a disposición”, continúa Candela, que algunas semanas atrás se mudó sola con su pareja, a quien conoció justo antes de irse a vivir a Angola: él decidió cambiar Argentina por África para estar con ella, pero esa es otra historia…
“En cuanto al supermercado, está más o menos igual que en Argentina, lo que es muy caro es la salud. Los transportes son muy económicos porque la nafta lo es”, agrega.
Mientras Candela vive su sueño africano en Angola, también lo expande. Hasta el día de hoy ha recorrido varios países africanos y piensa continuar con su odisea, absorber cada paisaje y dejarse cautivar por las personas que atraviesan su periplo.
Argentina, mientras tanto, está lejos. El regreso, dice ella, será cuando deba ser, cuando sienta que su experiencia africana llegue al punto de encontrar su final. Su alma todavía tiene mucho que vivenciar y aprender en un suelo que la acompañó desde sus sueños de la adolescencia.
“Esta ha sido y es una experiencia que te pone a prueba todo el tiempo. Siempre es un desafío migrar, pero de los países que conozco, sin dudas este es un país atípico, el aprendizaje es constante. Yo amo Argentina y si la propuesta no hubiese sido en África, no me iba a vivir a otro lado. Estar lejos siempre te ayuda a valorar más a tu tierra”.
“Un aprendizaje fuerte fue cuando me clonaron la cuenta hace un mes, algo que pasa en todos lados, me vaciaron la cuenta y no lo recuperé. Estaba anonadada porque justo le había dicho a mi mamá que me sentía millonaria por poder llenar el changuito sin pensar y eso, a partir del incidente, cambió radicalmente, ahora estoy endeudada. Uno aprende que la plata va y viene, me acercó con el lugar, con el entender que uno no necesita tanto para vivir. Hoy, sin nada, me fui a tomar mate a la playa y fui feliz”.
“Desde que llegué mis primeras amigas han sido angoleñas, con quienes pasé las fiestas, luego llegaron amistades del mundo entero. Esto me inspiró a organizar un campamento donde ya fuimos más de 60 en la última edición. Así que acá estoy también, haciendo comunidad más allá de las fronteras, porque así somos los argentinos”, continúa con una sonrisa.
“Yo adoro mi país, Argentina, quiero volver y asentarme allá, pero no quita que el mundo sea muy grande, me fascina la aventura y es muy rico poder expandir nuestra cultura, así como nuestras creencias y todo lo que va a nivel interno del ser humano. Y bueno, África, es un lugar que al argentino le parece tan loco, pero vale la pena en todos los sentidos: no solo los safaris, también sus playas, su cultura, su gente. Estoy viviendo mi experiencia con una emoción indescriptible. En el horizonte, mientras tanto, estoy a la espera de que un nuevo sueño surja, porque mi gran sueño, vivir en África, ya está cumplido”, concluye.
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