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El baile cambiario de la silla

En un marco de más bailarines que sillas, la última medida del Gobierno tendiente a reducir la brecha cambiaria agrega un nuevo “bailarín” prioritario: los demandantes de divisas en el mercado paralelo (CCL, MEP), que además de llevarse el 20% de las exportaciones (por el dólar blend vigente desde diciembre) dispondrán también ahora –dado el nivel de la brecha– del 70% de las compras netas del Banco Central (BCRA).

Naturalmente, bajo un régimen de control de cambios, con un bailarín más, el resto de los aspirantes a divisas ven amenazada su silla de las reservas: importadores, ahorristas, dividendos de empresas, turistas al exterior, bonistas, acreedores de deuda corporativa y depositantes están en alerta.

Ante la instantánea reacción de los bonistas (los más informados y reactivos) y la consecuente suba del riesgo país, el Gobierno anunció que separará prematuramente la silla correspondiente a los pagos de intereses de deuda enero de 2025. En la misma línea, deslizó que estaría dispuesto a reservar sillas (ya sea oro u otros activos de las reservas) para garantizar préstamos que aseguren el pago de vencimientos de capital.

Si se considerara “bailarines con silla asegurada” a los depositantes en moneda extranjera (lo contrario sería un “corralito”, impensable), el resto de los aspirantes a reservas (ahorristas, dividendos, viajeros, importadores) podrían ver alejada la aspiración de acceso al mercado de cambios a un único tipo de cambio oficial (remoción del cepo) dada la escasez de reservas netas (que volvieron a terreno negativo de unos US$2600 millones), ahora agudizada por un nuevo bailarín privilegiado para bajar la brecha como objetivo de primer orden.

Más aún, según la tendencia reciente, las sillas (reservas) no tienden a subir: tras acumular US$160 millones diarios entre enero y mayo, pasó a un saldo neutro en el bimestre junio-julio. La escasez relativa también se reflejó en los precios: la brecha entre el oficial y el paralelo se duplicó de 25% a 50%.

Una lupa en la tendencia no convalida transitorias razones estacionales: tras un bimestre abril-mayo muy generoso en saldos cambiarios, por primera vez en los últimos 20 años el Banco Central tuvo saldo vendedor en junio, de US$3 millones diarios. Desde 2003 solo había registrado saldos negativos en las sequías de 2008, 2018 y 2023 y en la crisis internacional de 2009. No mejoró en julio, cuando vuelve a ser levemente positivo (US$2 millones diarios), pero muy inferior al promedio de los años normales (sin sequía ni pandemia) de las dos décadas previas.

Difícil pensar en un cambio de tendencia sin un cambio en los parámetros de la política cambiaria. Lo que permitió acumular reservas entre diciembre y mayo mostró síntomas evidentes de fatiga en junio y julio. Atribuirlo a factores estacionales puede ser autocomplaciente y peligroso. Apostar a una lluvia generosa de sillas futuras (blanqueo, RIGI) puede ser voluntarista y temerario. Pedir sillas prestadas (FMI, créditos contra reservas) para alargar la vida útil con deuda, inconducente.

Con un Estado más eficiente, menos impuestos, una economía abierta, menos regulaciones a la iniciativa privada, superávit fiscal y prudencia monetaria, el año 2025, de esperable recuperación, será mejor que el 2024 de ajuste inexorable. Más panorámico, en 2027 el bienestar será mucho mayor y perdurable que la ficción insostenible de 2023: la inflación será un mal recuerdo, habrá más empleo privado, la pobreza habrá empezado a bajar. Pero el ritmo de la danza importa, porque ningún bailarín puede quedarse sin silla ni paciencia antes de que termine la música de las reformas.

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