La gala anual en beneficio del Museo Nacional de Bellas Artes fue el comienzo de una semana febril para el arte, y eso se notó en la pista de baile: en la primera tanda de música, entre la entrada con ojos (sí, uno guiñado) y el plato principal, nadie se quedó en su asiento. En el Pabellón de Muestras Temporarias, el lunes pasado, bailaban a todo ritmo coleccionistas, mecenas, funcionarios, periodistas… y unos pocos artistas.
La gran fiesta tiene un objetivo claro: juntar dinero para el museo mayor. Por lo tanto, la entrada es una contribución con sus arcas de 5000 dólares la mesa o 350 la entrada individual. Toda la noche se recaudan donaciones. Los mecenas que compran una mesa entera para invitar a sus amigos esperan que éstos donen una suma también generosa a través de los cartones para participar en sorteos. El problema, a veces, es ganarlos. Julio Crivelli, presidente de la asociación, ganó el primer premio el año pasado, y lo donó. Esta vez la beneficiada por la suerte fue su hija, que sí, se quedó con el brazalete de Claudia Stad, demasiado lindo para dejarlo pasar.
Los galeristas empezaron a pagar sus entradas como una inversión: están ahí todos los coleccionistas, con tiempo de escucha y espíritu burbujeante. Es la ocasión de repartir PDFs con las propuestas de arteBA. Fue en la pista de baile donde Florencia Giordana, al frente de Rolf, conoció al grupo de los coleccionistas estadounidenses que finalmente se llevaron la obra de Marcelo Brodsky y Fernando Bryce para el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego. Desde esa noche hubo más obras que no llegaron a montarse en la feria.
Los looks son siempre esmerados (nuestra humilde Met gala). Esta vez el tema fue un guiño al modernismo: sombreros inspirados en Pettoruti y Xul Solar, como los de Sofía Weil Speroni y Pela Herrero. Vestidos brillantes como los de la galerista Amparo Díscoli y la periodista Cristina Pérez (su pareja, el ministro de Defensa, Luis Petri, se abstuvo esta vez de disfrazarse).
Hace veinte años, cubría estas fiestas de la alta sociedad en modo espía: iba en jeans y me fundía con el decorado para mirar y escuchar todo. Escribía en la contratapa con un pseudónimo colectivo, El Príncipe. Como la protagonista de Bridgerton, podía ser aguda y maliciosa, pero siempre procuraba ser elegante en la escritura, y tenía un aliado: el fotógrafo Mauro Roll, que me indicaba nombre y apellido de cada personaje. Esta vez fui con vestido largo y ya todos me conocen: no puedo contar cosas como antes. Decir, por ejemplo, quién fue la famosa crítica de arte que debajo del vestido llevaba aún las calzas de gimnasia porque no tuvo tiempo de cambiarse. O la amiga el museo que andaba disconforme con el postre.
Entonces me preguntaba si las recaudaciones superarían el gasto de hacer una fiesta tan fastuosa. Ignorancia supina. Se recaudaron 226.000.000 de pesos, mucho más que lo que costó el convite. Las cenas de beneficencias son la mayor fuente de ingresos del museo, ahora diversificadas con cursos, tienda y membresías. Antes, las reinas de la noche eran la poderosísima Nelly Arrieta o la delicada Amalita Lacroze de Fortabat, una porcelana. Arrieta, histórica presidenta de Amigos, organizó la primera gala, que cubrí de incógnito en 2004, y el tema eran los Mantones de Manila de Fernando Fader. Recuerdo el suyo, morado (el de Amalita tenía flores multicolores). Nelly pasó años sin hacer la gala anual, mientras duró la dirección de su malquerido Jorge Glusberg. El anfitrión, esta vez, no cedió la palabra al dueño de casa: Andrés Duprat no tomó el micrófono ni para dar la bienvenida. La ambientación está hoy como ayer en manos de Gloria César, que nunca defrauda. Para destacar, su tapado con obra de Mondrian.
El clima de diversión fue alentado por el conductor, Robertito Funes, que incluso bromeó desde el micrófono sobre un tema tabú en el arte. “Todo bien con la Afip, todo en blanco”, le dijo a Eduardo Mallea, Director General de Aduanas de la Afip y coleccionista. Para Jorge Telerman, recién apartado de la dirección del Teatro Colón, habrá sido difícil respirar el mismo aire que la ministra de Cultura porteña, Gabriela Ricardes, pero lo hizo con altura de la mano de su mujer alada, la artista Cynthia Cohen: llevaba corona triunfal griega.
La diva de esta edición fue sin dudas La Chola Poblete, estrella del arte que deslumbró con un vestido amarillo de Javier Saiach y guantes largos (digna del salón de época de la serie de Netflix). ¿Quién logrará robarle el corazón?
En el otro extremo de esta semana agitada hubo otra fiesta, muy distinta. Nada de vestidos, pero sí muchos artistas: Mondongo, Diego Bianchi, Nicola Costantino… Marta Minujín felicitó a la Chola por su gran momento. “Disfrutalo. Y mantenelo. Pensá siempre en cosas imposibles”, le recomendó quien lleva más de cincuenta años en los diarios. Fue la celebración de los diez años de la galería Barro, en la Boca, el viernes en El Deseo. Se canalizó la energía de días de euforia: dicen que el 80% de las ventas anuales de las galerías ocurre en la feria. Dan ganas de bailar.