El sol primaveral atraviesa los ventanales en la casona de Hurlingham. Matilde, la compañera de toda la vida, cruza la sala y por un momento se detiene a escuchar con el entusiasmo que habla ese hombre, aunque la charla haya superado las dos horas. Suelta una sonrisa tierna, comprensiva, y mientras abandona la escena escucha cómo José Pekerman renueva la atención. “¿Vos sabés la historia de Angelito? ¿No? Ahhh, escuchá, te la cuento. Antes de irnos al Mundial de Alemania 2006 hicimos un partido contra los sparrings en el Monumental, para que los hinchas despidieran a la selección. Le digo a Hugo [Tocalli]: ‘Va a ser una práctica. Que sea agradable y que el público disfrute. Vos encargate de los pibes, hablales, y yo tal vez doy una señal y pongo un equipo bastante parecido al que va a arrancar la Copa’. En esa etapa estábamos estudiando jugar con un lateral/volante por la derecha, y ese partido arrancó Burdisso ahí. Quería que Burdisso se fuera ambientando, que se sintiera cómodo… La cancha estaba llena. En el fútbol nadie regala nada, y los pibes, donde vieron la oportunidad… Angelito le hizo dos o tres arranques tremendos a Nico… Al tercer arranque le grito a Hugo: ‘Hugo, Hugo, paralo un poco al Flaco’. Volaba Ángel, volaba”. José suelta una carcajada.
El Flaco, o Ángel, era Di María. En el entretiempo, salió. “Sabíamos que iba a ser un jugador diferente. Su carrera fue fantástica. Y si alguien dice que Ángel es el más grande… y, su opinión no sería descabellada si se apoya en los goles que hizo en las finales: los Juegos Olímpicos, la Copa América, la Finalissima y Qatar… Todo eso compensa y supera ampliamente los malos momentos. A alguien había que culpar por nuestras frustraciones, y les cayeron a Leo y a Ángel. Por suerte pasó todo lo que pasó y cuando querés compararlo con la historia… en su puesto, no encontrás a nadie que haya tenido la influencia de Ángel”, analiza José y quizás, sin proponérselo, resume el torbellino de emociones que vivió la Argentina en estos años. Y él también, porque Pekerman es el enlace, la pieza que reúne al pasado con el presente para proyectar el futuro de la selección. Pekerman finalmente está aliviado.
Pekerman, como un viajero temporal, conecta a Maradona con Messi. José jugó en Argentinos entre 1970 y finales del ‘75. Conoció a Maradona desde los ‘Cebollitas’… “En esa época era muy raro que los profesionales se interesaran por los chicos. Pero nosotros todos los sábados, después de nuestro último entrenamiento en Boyacá y Juan Agustín García, nos quedábamos para ver a la 8va y a la 9na división, para verlo a Diego. Era maravilloso. Aunque Diego era un nene, en todos esos años les pedíamos a nuestros técnicos que lo llevaran a Primera… Era unánime nuestro clamor, se lo íbamos pidiendo a Labruna, a Victorio Spinetto, a ‘Chiche’ Sosa, a Ricardo Trigilli, había que apurar a ese chico que nos iba a sacar del pozo, ja, ja, porque no andábamos bien. La gente ovacionaba a ese nene que hacía jueguitos en los entretiempos y a nosotros nos silbaban”.
Pekerman se fue de Argentinos a Independiente Medellín algunos meses antes del debut de Maradona en Primera. “Diego se escapaba de todo razonamiento y yo desde Colombia leía sus hazañas”, cuenta José. A finales del ‘77 regresó a la Argentina, cuando las operaciones de rodilla eran una sentencia de retiro. José ya maneja un taxi por las calles de Buenos Aires, prestado por su hermana, cuando Maradona se quedó afuera del Mundial ‘78.
Aquello quedó dando vueltas en su cabeza… Y un día sintió que podía hacer una pequeña reparación histórica. O no repetir un error. “A veces tenés un equipo consolidado, que es lo más difícil de lograr, y de repente llegan las apariciones cerca de los mundiales y te llenan de dudas. Como ocurrió con Messi, pero ahí no tuve dudas, claro. Messi debía ir al Mundial. Yo había vivido un caso cercano, casi personal, viendo como Diego se había perdido el Mundial ‘78. Yo sé que no estaba bien adelantar nada, pero le dije a Leo: ‘Vos vas a estar. Pero me tenés que entender que será un primer paso, entrás a un círculo muy especial al jugar un Mundial, algo que no lo has vivido, y deberás convivir con tus ganas de jugar y las reales posibilidades que tendrás’. Y lo entendió perfectamente”.
–Messi cumplió 18 años durante ese Mundial y jugó 122 minutos en el torneo. Pero no entró contra Alemania y usted recibió muchas críticas.
–Estando en Qatar, durante el Mundial, un día me acerqué a su papá, a Jorge, y le pregunté: ‘Jorge, de alguna manera Leo es otro desde que ganó la Copa América en Brasil, ¿no?’ Esa era la mochila que cargaba porque sentía que le faltaba un título. Y él se comprometía tanto con la selección, aunque muchos no lo notaban, porque sabía que un país quería el título. Acá, si no ganamos, nos pasan siempre la factura. Y él cargaba con eso. Yo estuve muchos años lejos, pero siempre guardaba una frustración… ¿Cuál? Cuando mostraban esa foto de Leo sentado en el banco con la intención de señalar su supuesto disgusto conmigo por no haberlo puesto. Y nunca fue así, nunca. Eso me dolió. Ahora que estamos bien, y podemos pensar mejor, tenemos que hacer la autocrítica: ¿por qué fuimos tan duros? Con él, con otros, con tantos más. La falta de títulos fue una espada de Damocles. En el ‘98 por la expulsión de Ortega, en el 2002 porque se desgarró Ayala y el empate de Suecia, en 2006 porque no entró Messi y salió Riquelme… y el análisis futbolístico siempre iba quedando al margen.
–Durante años se objetó el carácter de Messi, y hoy se elogia su liderazgo. ¿Usted ya lo había advertido o se sorprendió?
–Yo lo conocí a una edad en la que ya advertía que sería una bendición para el fútbol argentino. Yo viví, disfrute, al más grande que habíamos tenido hasta la aparición de Leo: Diego. Y con Diego, siendo yo jugador y capitán de Argentinos, había tenido la misma sensación que se repetía al verlo a Leo. Su aparición fue inesperada, fue una luz de repente. Era imposible detenerlo. Siempre estuve convencido de su fortaleza… porque la mostró desde muy joven con su deseo de jugar al fútbol, y para ello trasladarse al mundo desconocido que era Barcelona, cambiar su rutina familiar… Todo eso habla de fortaleza. Y otro rasgo de ese carácter fue su poder de decisión: cuando hicimos la gestión para que viniera a jugar a la Argentina, no dudó un segundo, nunca. “Soy argentino y quiero jugar para Argentina”, dijo, recuerdo muy bien sus palabras. Eso es fortaleza, decisión.
–En 2006 renunció el mismo día de la eliminación por penales con Alemania. ¿Tenía decidido irse aunque la Argentina hubiese ganado el Mundial?
–Sabía la realidad: en primer lugar, teníamos que superar lo que había sucedido en 2002. Aquello había sido muy duro, ese había sido un vestuario trágico tras la eliminación. Teníamos que cambiar la imagen, debíamos llegar a las semifinales, lo que se dice, jugar los siete partidos. Ese era el plan. No tenía la idea de quedarme años… pero por mandato de la historia sabía que el resultado sería condicionante.
–No cumplió con su exigencia interna y se castigó no dándose la oportunidad de continuar.
–Eso mismo me expresó el presidente [Julio Grondona] cuando me propuso la renovación. Él tenía claro que el Mundial de 2010 iba a ser el de la consolidación absoluta, que yo estaba muy apresurado al irme… pero yo estaba cerrado, incluso, pese a la palabra de varios jugadores que me pedían que lo volviera a pensar. No sé si tuve razón o no, pero lo sentí así, era necesaria una nueva etapa. Y había que ligar un poquito más; no hay que aferrarse a la suerte, pero la historia indica que una jugada cambia todo: una expulsión, un gol, un penal, una lesión… El tema es que, cuando ganamos, no decimos lo mismo. Muchas veces, el que gana contó con esos detalles a favor, pero ahí nadie lo recuerda. O, si alguien lo recuerda, es una anécdota risueña: la pelota pegó en el palo cuando el Pato Fillol ya no tenía nada que hacer, los postes de Goycochea contra Brasil en el ‘90, el Dibu sacó la pelota que nos dejaba afuera después de haber sido muy superiores a Francia. Tantas veces escuchamos ‘perdimos porque nos faltó un poquito de suerte’, y nunca escuchamos ‘ganamos porque tuvimos un poquito de suerte’. Los argentinos sabemos de fútbol, entendemos, por eso duele más, porque al análisis le ganan las emociones. Y en el campo emocional, somos complicados. Cuando ganamos con esos detalles a favor, nos reímos, y cuando perdemos por los mismos detalles, hacemos un drama.
–Scaloni no estuvo en el plantel campeón en el Sudamericano Sub 20 del ‘97, un equipo lleno de figuras. ¿Cómo se ganó un lugar para el Mundial de Malasia?
–Buena pregunta. El compromiso, la seriedad y la curiosidad de Scaloni hablaban de un jugador de esos que nos impresionan a los técnicos. Que tal vez no son tan reconocidos si se repara solo en la técnica. A los planteles siempre le transmitíamos que no había titulares ni suplentes, sino jugadores de selección. Y al saberse jugadores de selección, iban a tener una continuidad en el tiempo. Podían no estar hoy, y sí reaparecer mañana. Cuando estábamos haciendo la lista para Malasia, notábamos que nos faltaba algo. Teníamos muchos talentosos y defensores muy buenos, pero queríamos un delantero más y un volante diferente. Nosotros mirábamos la ‘78 de Newell’s que era muy buena, tenía a Facundo Quiroga, Samuel, Heinze, Cobelli, el Cholo Guiñazú… y también estaba él, Scaloni. Pero no tenía continuidad, estaba con algún tipo de conflicto. Y eso le quitó posibilidades. Pero cuando va a Estudiantes él se pudo mostrar, el profe Córdoba creyó en él y lo impulsó. Lionel encontró un equipo que lo benefició. Entró muy bien. Nosotros lo seguíamos, recuerdo un gran partido suyo contra River en el Monumental. Volvió a la selección y empecé a conocerlo mejor. Y descubrí su temperamento: él se sentía muy seguro, sabiendo que no era indispensable, pero nada le hacía perder su confianza. El entendía que la selección es competencia. Ahora, en el cuerpo técnico de Scaloni veo muchas decisiones que son muy parecidas a las mías. Y me pone bien. El jugador debe ser competitivo, y es lógico que quiera ganarse su lugar, pero hay que crearle el clima.
–Y lo llevó a Alemania 2006, donde incluso no hubo lugar para algunos apellidos consagrados.
–Lo conocíamos hace años, ya en el torneo de Toulón había jugado de lateral/volante, y lo había hecho muy bien hasta ganarle la final a Francia. Uno de nuestros últimos temas de análisis para definir la lista, y creo que le pasó ahora a Scaloni también, fue contemplar la altura. Muchos mundiales se definen por la altura. Habíamos sufrido a Peter Crouch en un amistoso contra Inglaterra… Ganábamos 2-0. Lo meten a él, le tiran dos centros y nos empatan. Y desde ahí nos entró la preocupación… Ese aspecto estuvo presente en la elección de Scaloni, y además, para él jugar de lateral ya se había vuelto un hábito en Europa, y también conocía la transición hacia el medio campo. A veces, con algunos de los jugadores famosos es muy difícil intentar que a último momento se adapten a otra función en la selección después de estar consolidados y maduros en una posición en sus clubes. Además, por su mentalidad, yo sabía que así jugara un partido solo, o un tiempo, Lionel lo iba a hacer bien. Como lo hizo contra México.
–¿Qué sintió cuando, en los festejos de Qatar, Scaloni eligió ponerse su camiseta 18 de Malasia?
–Ver esa camiseta… vivimos tantos momentos juntos. Le agradecí a Dios poder estar ahí. Sufrí muchísimo esos minutos finales, me faltan palabras para describir lo que sentí. Fue un desahogo, pensé en todos los jugadores que pasaron por la selección, los momentos difíciles… Nos faltaba el título, y aunque sea un poco injusto, con el título es otra cosa.
–¿Qué hubiese pasado si ‘Dibu’ Martínez no desviaba la definición de Kolo Muani?
–El primero que la iba a pasar mal era Leo. ¡Y lo que se hubiese dicho por la salida de Di María en la final! Si a mí me criticaron tanto después del Mundial 2006 y dijeron que Riquelme no podía salir nunca [a los 72 minutos, Cambiasso lo reemplazó]… ¡Cómo iba a salir Di María! Pero el técnico sabe… y yo viendo el juego entendí que después de dos retrocesos obligados de Ángel por incursiones de Koundé, que ahora en desventaja sí se atrevía a hacerlas, el recambio era necesario después de tanto desgaste. Y entraba Acuña, que es un defensor/volante confiable. El partido se había complicado y el técnico sabía lo que hacía.
–Sus equipos se distinguieron por la conducta. ¿No lo inquietan los excesos y desbordes de Dibu, Cuti Romero, De Paul…?
–Tengo que compartir eso… No sé la forma de decirlo porque no me gusta hablar desde afuera… Ojalá que pueda ser un toque de atención, sobre todo porque el cuerpo técnico esto lo vivió de otra manera y lo tenía incorporado. También hay que decir que, justo en estos casos, los dos últimos ejemplos, prácticamente no hicieron juveniles y el hábito hace a las costumbres… Y ahí enganchamos con el valor de pertenecer a las selecciones desde jóvenes porque incorporás los modos, las formas. Han sido tan, tan, tan contundentes los éxitos que hay que saber que la derrota está, espera, y enseña.
Peckerman podía leerse. Con ck, en los diarios escribíamos mal su apellido hace 30 años, allá por septiembre de 1994 cuando lo eligieron en la AFA y él encabezó la revolución más trascendente de la era moderna de las selecciones nacionales. Tres décadas después, el medio se dirige a él como ‘maestro’, categoría reservada para apenas un puñado de ilustres. Pero es imposible que Pekerman hable de sí mismo con vanidad. Desviará la respuesta.
“Desde que empecé mi carrera como entrenador siempre me propuse buscar mi estilo, definir quién quería ser. Siempre pensé que tenía que tener mucho respeto por el fútbol, que significa valorar a las personas antes que al futbolista –detalla–. En definitiva, el futbolista es un aprendizaje y una construcción. Pero es la persona la que hace al gran jugador. El talentoso podrá sentir que tiene mucho para dar, pero antes debe asumir que tiene que entregarse, y eso es compromiso y dedicación. No hay que mentirle al jugador, hay que ser auténtico con él. El jugador no pasará por la universidad en su desarrollo, pero el fútbol le puede enseñar muchas cosas. Lo que nosotros hacemos puede ser evaluado por multitudes, entonces el futbolista debe saber que está en condiciones de enseñar. ¿Qué? Valentía, coraje, compañerismo, respeto por los valores del fútbol… Atender todas estas áreas, de alguna manera, siempre he intentado que sea mi legado. Nosotros como cuerpo técnico nos abrazábamos en los goles, algo que antes no se veía, quizá porque el entrenador siempre tuvo el aura de ciertos personalismos, quizás porque antes había sido un jugador famoso. Yo siempre estuve rodeado de gente con deseos de crecer”.
–Acaba de cumplir 75 años. ¿Cómo cree que seguirá su carrera?
–La búsqueda de jugadores hoy se ha vuelto más importante porque los clubes ya saben que formar jugadores, y su posterior venta, es un capital enorme. Y la búsqueda se hace en base a eso. Pero en la búsqueda hay mucho por mejorar porque requiere de una gestión, y ahí no todos actúan de la misma manera. Y para la búsqueda de entrenadores, tanto por parte de los clubes como desde las federaciones, también hay un vacío, que tampoco ocupa la figura del manager… ¿Cuál es la idiosincrasia del país, cuáles son las reales expectativas, cuál es su potencial según el mandato de la historia y de su actualidad…? Tal vez yo soy muy exquisito, no sé por qué digo todas estas cosas porque en realidad… ¿a quién le importa todo esto? La realidad es así: ‘¿tal selección está mal?, busquemos urgente otro entrenador, un bombero’. Y si gana dos partidos, dicen: ‘Viste, éste le cambio la, cara’. Y si los pierde: ‘No ves que es más de lo mismo’. Así, nunca hay un análisis. Si alguien me invita, me permite debatir esto seriamente en algún lado, yo lo haría con gusto. Ya participé en varias eliminatorias, estuve en tres mundiales, mi ambición era estar en un cuarto porque inicié este proceso en Venezuela y creo que conformamos un proyecto muy bueno, que aunque no esté yo, igual va a ser bueno. Son pensamientos, y creo que ahí puedo aportar. Siempre hay que tener otra mirada.
–¿El mal paso por Venezuela lo hace dudar?
–No, no… Si alguien piensa, piensa, en función de lo que necesita, evaluaré. He acertado y me he equivocado, como en el caso de Venezuela, y aun convencido de que el proyecto estaba muy bueno, quedaron algunas piecitas sueltas que hicieron que en lo personal no quedara tan conforme. Será una anécdota. Pero yo estoy muy bien, con las ganas de siempre, no estoy retirado, aunque sé que me estoy acercando al final de una carrera después de tantas experiencias. Siento que he desempeñado mi vocación desde todos los puntos de vista, y no solo desde el entrenador, que es el que planifica, organiza, convive con los jugadores, diagrama los entrenamientos, hace seguimientos y tantas y tantas cosas. Pero al final, solo estamos buscando un responsable directo sin valorar tantas otras cuestiones. Y me gustaría intentar que eso cambie.
Una camiseta de la selección, enmarcada, domina la sala desde una pared. Lleva la firma de Juan Román Riquelme y una cálida dedicatoria para José Pekerman. No hay muchos más registros que pongan en evidencia quién vive allí, por eso, este regalo toma tanto protagonismo en la decoración familiar. “No me lo imaginaba como entrenador… y tampoco como presidente de Boca. Esa sí que no me la esperaba. Conociéndolo bien, él siempre va a defender el fútbol, y ahí nosotros tuvimos una gran conexión. Él siempre convivió con la grieta, desde chico. Él tenía un gran talento, pero yo ya vislumbraba que iba a sufrir mucho… quizás desde ahí nació nuestra conexión”, anticipa Pekerman y precipita la repregunta.
–¿Por qué dice “sufrir”?
–Sí, ya vas a ver… Primero, me encantaba como jugaba; a una edad tan joven era muy difícil que un futbolista tuviera esa comprensión del juego, porque eso se va incorporado con el paso del tiempo. Y no hablo de las habilidades, sino de las cuestiones prioritarias: él ya tenía la medida de los espacios, de las distancias, la pegada era natural y fantástica. Él tenía un dominio sobre lo que pasaba en el juego a una edad que no es habitual… Pero tengo muchos conocidos que me preguntaban por qué confiaba tanto en Román, porque a ellos no les gustaba. Parece mentira… ¿no? Siempre dividió opiniones, frente al mismo partido algunos decían que Román había sido fantástico, y a otros no les había gustado nada. Él divide. Por eso tuvimos esa conexión, quizás porque de mi decían lo mismo: ‘Está ahí porque es buenito, porque no tiene carácter, porque le van a poner los jugadores…’ Y quizás, quizás, tuve mucha fuerza para cambiar cosas que eran impensadas. Siempre tuve esa conexión con Román, salvo una vez sola y no la voy a comentar. Solamente una vez tuvimos un desencuentro, y fue pasajero, pero en el momento fue duro.
–¿Por qué cree que Riquelme siempre dividió las opiniones?
–Él quedó en una grieta que ya casi no existe en el fútbol argentino, pero hay reminiscencias: el jugador que corre menos es cuestionado. Pero resulta que con el que corre más, y no juega tan bien, hay más condescendencia. Hizo esto, hizo lo otro, hizo lo otro… pero al que resuelve situaciones, tiene una mirada diferente y tiene algo que parece que no todos pueden ver o no les gusta ver… se lo juzga distinto. Con los años siguió creciendo… lo que nunca quería perder era la camiseta Nº8, a él le gustaba jugar con la 8, aunque fuera el 10. Y cuando yo pasé a la selección mayor le dije: ‘Creo que nos hemos entendido bien siempre, y en esta etapa vos tenés que ponerte la camiseta número 10, la 10 que fue de Diego, de Kempes, de grandes jugadores…’ Y conmigo la usó.
–Hace 25 años, probablemente con la habilidad alcanzaba para ser un gran futbolista. Pero ahora, ¿qué hace falta para conseguir ese estatus?
–En todas las posiciones es indispensable la técnica individual. Antes, por ejemplo, un defensor debía cumplir con marcar, tenía que ser firme y ganar en el juego aéreo. Listo. Hoy, con eso no alcanza. En cualquier posición hay que ser completo técnicamente, y también es determinante la rapidez. Los laterales son un ejemplo de evolución y complejidad: ya no les alcanza con hacer el duelo con el extremo, sino que deben invertir la carga y obligarlo al extremo a que lo defienda; y además, debe saber combinar con los volante y los delanteros. Todos necesitan resolver en velocidad y todos deben implicarse colectivamente. Los espacios son más reducidos, los equipos son más cortos, hay que moverse en bloque y siempre va a definir la calidad individual. Al especialista que cumple en su lugar ya no le alcanza. El que encuentra el espacio donde nadie lo ve, el que filtra el pase donde nadie lo espera, ése seguirá sacando ventaja.
–¿Quiere derribar algunos mitos? ¿Grondona le bajó a Verón de la lista para el 2006?
–Pero por favor, por favor… No, no. Discutir lo que ha sido Verón no tendría ni sentido. Decir ‘Pekerman llevó a sus chicos’ es faltar a la verdad, porque ellos pasaron por los juveniles, sí, pero después hicieron sus grandes carreras en los clubes.
–¿A quién le costó más dejar afuera del Mundial 2006? ¿A Javier Zanetti, a Demichelis, a Samuel, a Germán Lux…?
–Estar ahí es tomar decisiones todo el tiempo, y decisiones duras, duras de verdad. En ocasiones, hasta uno llega a tomar decisiones en contra de su paladar, pero convencido de que es lo que necesita el equipo. La obligación es el equipo. Pero hay que erradicar eso de las influencias, el peso de la AFA, las presiones de un sponsor… sólo son fantasmas. Cuando iniciamos las eliminatorias había un jugador del que estábamos convencidos, con categoría de indispensable y con gran futuro para nosotros: ‘Lucho’ Figueroa, a quien habíamos tenido casi nada en juveniles. Encajaba perfecto. De no haber tenido el problema que tuvo con su lesión… él nos despertaba grandes expectativas. Después fue muy doloroso lo de Samuel, me costó muchísimo. Recién… recién, hace poquito empezamos los dos a acercarnos… Es que nos conocemos hace años, aquella historia familiar, su apellido Luján, una relación de mucho, mucho afecto… Pero estaban Heinze, Gabriel Milito… Realmente fue muy difícil, pero en esa etapa no tenía continuidad en Inter y tenía mucha competencia interna en la selección. Y también estaba Agüero, que justo había aparecido… Y el Kun Agüero era un jugador de mi gusto, pero no había lugar para todos.
–¿A qué jugadores ya les observaba perfil de entrenador?
–Gaby Milito era un entrenador desde chiquito… jajaja. Scaloni, lo mismo. Eso ya está recontra comprobado, ¿no? Jaja. Lo de Heinze un poco me sorprendió, pero lo ha hecho muy bien, muy bien, me sorprendió para bien. Nicolás [Burdisso] eligió ser manager, pero también le veía perfil de técnico. Diego Markic, que está con Arruabarrera… Ahora también Masche, que está en la selección. Bueno, todo el grupo de Scaloni… Y Bernardo [Romeo] también está en la AFA… Todos ellos tienen el perfil… Crespo también, aunque no estuvo en las juveniles, pero podría haber estado porque pertenecía a la categoría ‘75 y no pudo ir al Mundial Sub 20 de Qatar, como tampoco los pude llevar a Gallardo, al Vasco Arruabarrena, a Matute Morales…
–Apelo a su oficio de formador de talentos: ¿qué opina de Garnacho, de Mastantuono, del ‘Diablito’ Echeverri…?
–Estos nombres me generan mucha esperanza… bueno, en realidad ya están, son una realidad. Siento que son jugadores de una camada importante y me gusta mucho la búsqueda que se está haciendo por todo el mundo. Ahora cambió la regla y se necesitan jugar tres partidos oficiales para quedar asegurado en una Federación, y para eso hay que convencer, hay que persuadirlo al jugador, hay que tener ganas de complicarse un poco la vida pensando en lo mejor para el país y para la selección. Y eso fue lo que siempre hicimos nosotros, y ahora veo con satisfacción lo que se está haciendo. Me gusta la búsqueda de Valentín Carboni, de los hijos del ‘Cholo’ Simeone, de Nicolás Paz… Paz me parece un jugador impresionante… y nació allá pero quiere jugar por la Argentina. Me parece un jugador sensacional. Hay un nuevo fenómeno, el de los hijos de argentinos en el extranjero, y hay que estar atentos. Este es un momento para disfrutarlo. Tenemos una selección con presente y con futuro. La actualidad de la selección se logró por pensar en el futuro. A partir del proyecto de juveniles que nació en 1994 nunca bajaron de 15 o 16 los jugadores que, con esos orígenes, luego llegaron a las selecciones mayores. Algo que en otros países no es común, este fenómeno de Argentina no es sencillo encontrar en otras partes del mundo.