Escuché en la prédica de un rabino la frase que titula esta nota, y me sirve para explicar que de nada va a servir el sacrificio realizado por nuestra sociedad en los últimos 70 años –con pérdida de calidad de vida, educación, infraestructura– si abandonamos ahora el intento de ordenar de una vez por todas nuestras cuentas fiscales.
El 60% de la población argentina nunca vivió sin inflación. Esta genera una ilusión monetaria en la que los más acomodados de la sociedad pueden cubrirse ante sus efectos, pero los más vulnerables son víctimas del poder destructivo del alza continua de precios.
Mi querida e infaltable bobe Ana sostenía que, en épocas de inflación, uno debía tener la estantería llena de productos: vendas o no vendas, se gana dinero igual. Y si hay riesgo de hiperinflación, hay que cerrar el negocio, ya que uno se enriquece por la valorización de la mercadería.
Pero, en épocas de estabilidad o recesión, el exceso de stock te funde, porque se vende lo bueno y queda lo que los clientes no quieren comprar. Y por algo no lo quieren comprar.
¿Están preparados para el ciclo que viene? La rentabilidad va a depender de la administración de los costos y no del traslado a precios de las ineficiencias. No solo alcanza con vender, sino que hace falta más. El servicio al cliente será esencial. Antes, quien tenía el control era el que tenía la mercadería; ahora lo tiene quien posee el dinero.
“En el ciclo que viene, la rentabilidad va a depender de la administración de los costos y no del traslado a precios de las ineficiencias”
Los argentinos nos comportamos como lo harían los familiares de alguien que sufrió un paro cardíaco y cuyo corazón vuelve a latir con el impacto eléctrico de un desfibrilador. La alegría y la euforia de verlo sobrevivir son inmensas, pero todos sabemos que no se ha resuelto la causa que provocó la enfermedad de ese corazón.
Que ese corazón siga latiendo por un largo período es algo que dependerá de la conducta que adopte el paciente a partir de ese momento. Tendrá que cuidarse de los excesos y del alcohol, hacer más actividad física y cuidar sus hábitos alimenticios.
En la Argentina se evitó lo peor: la hiperinflación, que hubiera generado un 90% de pobreza. Pero ahora viene algo difícil: superar culturalmente las causas que llevaron a ese “corazón” a enfermarse: el déficit fiscal permanente, el exceso de emisión para financiarlo y políticas restrictivas de la libertad individual.
“Según el Banco Mundial, los países con menos impuestos suelen registrar un crecimiento más rápido de la inversión y el empleo”
Si disminuyen las restricciones cambiarias, si ya no se emiten más pesos sin respaldo, si las ventas son por consumo real y no por la búsqueda de huir del peso argentino, o si el importador compra lo que necesita y no para aprovechar una brecha cambiaria, iremos hacia un país normal. Allí se venderá porque se conquista al consumidor con el mejor servicio, con el mejor precio y con la mejor atención posible.
El banco trabajará como banco, la publicidad de una empresa energética no será para decirnos “consuma menos”, y el productor o comerciante no ocultará mercadería de la góndola para pedir más precio. Es decir, será una economía que compita en beneficio de sus ciudadanos.
Pero, atención: consumo sin inversión no genera desarrollo, sino que solo provoca un rebote económico
Estamos ante un repunte de la venta de autos, materiales para la construcción, de insumos para el agro, de telas, de artículos de decoración y de electrodomésticos.
La pregunta ahora es: quienes están vendiendo más mercaderías, ¿reinvertirán en sus empresas para producir más y mejor, generando un círculo virtuoso, o se achicarán?
Si mejoro mi salario, ¿consumiré para mejorar mi calidad de vida o compraré dólares?
“El exacerbado déficit de las cuentas públicas obliga a los gobiernos y municipios a buscar nuevas fuentes de ingresos”
En palabras simples, si una empresa produce 300 remeras y tiene una demanda de 400, ¿va a producir más, o va a ajustar vía precios? Si quienes venden deciden reinvertir, se pondrá en marcha el aparato productivo.
Para que esto tenga sentido, debemos facilitarles el proceso: menos presión laboral, menos presión fiscal y menos burocracia.
¿Nunca nos preguntaremos por qué nuestra economía informal es más grande que la formal? ¿O por qué hay más trabajadores fuera que dentro del sistema? Simplemente, porque castigamos en exceso a quienes operan formalmente. Siempre pescamos en el mismo lago, y, como resultado, cada vez hay menos peces.
Creo que esa es la batalla cultural que se avecina. No se trata solo de devaluar para ser más baratos, sino de mejorar la eficiencia.
Pero no solo hay un tema aquí referido al Estado Nacional, sino también a los estados provinciales y municipales. En la provincia de Buenos Aires se paga más de Arba que de luz y gas, sin contraprestación alguna. Se paga más de patente del auto que de seguro, y no entiendo por qué. Eso resta eficiencia y no permite competir. Además, si agregamos las tasas o contribuciones municipales, se hace inviable ser competitivo en nuestro país.
A continuación, algunas reflexiones económicas que pueden aportar al debate, y que fueron extraídas de diversas investigaciones académicas.
“Para poner en marcha el aparato productivo necesitamos menos presión laboral, menos presión fiscal y menos burocracia”
El exacerbado déficit público obliga a los gobiernos y municipios a buscar nuevas fuentes de ingresos. Además, los nuevos impuestos pretenden financiar reformas sociales, como la revisión del sistema de pensiones y las subvenciones energéticas.
El debate sobre la relación entre presión fiscal y crecimiento económico es antiguo. Según el Banco Mundial, los países con menores impuestos suelen registrar un crecimiento más rápido de la inversión, la productividad y el empleo. Un estudio referido a 20 países muestra que aquellos con impuestos bajos crecieron, en promedio, un 7,3% anual, mientras que los de alta fiscalidad apenas alcanzaron un 1,1%. Los impuestos más bajos generan mayores incentivos para la inversión, el trabajo y el ahorro, lo que a su vez impulsa la producción y la innovación.
Los precios actúan como señales que guían a productores y consumidores. Cuando los gobiernos imponen precios máximos o mínimos distorsionan estas señales y pueden causar escasez o excedentes. Un ejemplo clásico es el control de precios de los alquileres, que puede llevar a una menor oferta de viviendas y al deterioro de la calidad de los departamentos.
En un mercado libre, los precios ayudan a asignar los recursos de manera eficiente, y las intervenciones, aunque bien intencionadas, pueden producir efectos indeseados.
La importancia de los derechos de propiedad
La “tragedia de los comunes” es una lección clásica en economía que se refiere a cómo los recursos de acceso libre, como la vía pública u océanos, tienden a ser sobrexplotados cuando nadie tiene un incentivo directo para cuidarlos. Aristóteles ya advertía que lo que es común a todos es lo que menos atención recibe, pues nadie se siente responsable.
El éxito económico de un país depende en gran medida de las instituciones que lo sustentan. La comparación entre Corea del Norte y Corea del Sur es un ejemplo claro de cómo dos países con culturas similares pueden tener resultados económicos radicalmente diferentes debido a las instituciones políticas y económicas que guían su desarrollo. En Corea del Norte, la falta de derechos de propiedad y la planificación centralizada ha llevado al empobrecimiento generalizado, mientras que en Corea del Sur, un sistema basado en la libertad económica ha permitido prosperar.
El deseo de esta nota es replantearnos el cambio cultural necesario para superar el exceso de intervencionismo vía impuestos o controles de precios en el desarrollo de una economía, y aprender a respetar más las libertades individuales.
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