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La bandera más exitosa de Milei y el riesgo de postergar un paso clave

Por decreto, Alberto Fernández y Cristina Kirchner congelaron todos los precios de la economía argentina en marzo de 2020. La pandemia fue la excusa, pero los Precios Máximos duraron, controlados desde la Secretaría de Comercio, mucho más que la cuarentena. Ambos terminaron su gobierno con la inflación más alta desde 1990.

El presidente Javier Milei logró mostrar una inflación núcleo, los llamados “precios libres”, tan baja en octubre como la registrada en septiembre de 2020, en pleno auge del “quedate en casa”. ¿Y los alimentos? El mes pasado mostraron la variación más baja desde junio de 2020, cuando el alcohol en gel era casi tan esencial como el agua en todas las casas.

Milei no controló precios. Todo lo contrario, los liberalizó, algunos vía shock (devaluación) y otros gradualmente (como las tarifas). ¿Cómo bajó entonces la inflación? Un pragmatismo ortodoxo. Superávit fiscal, emisión cero –aspirar pesos– y previsibilidad cambiaria. Sostener ese menú en el tiempo generó ahora credibilidad, un intangible clave a la hora de ser autoridad para construir expectativas a futuro.

La desinflación se consolidó gracias a una economía que se frenó en el primer semestre, pero que tocó fondo y comenzó a mostrar avances mensuales. Pero, sorpresivamente, la baja de precios se dio en un contexto de corrección de precios relativos que deja mejores fundamentos –elimina expectativas tóxicas– y con el Banco Central comprando dólares, aunque todavía con reservas netas en terreno negativo, lo que obliga al Gobierno a buscar alternativas para pagar la deuda en dólares y a sostener el ajuste.

Quedó claro entonces: la inflación no es un tema para los Guillermo Moreno, aquel encargado de perseguir empresarios o romper termómetros. El enfoque libertario dista de ser original: es una fotocopia –no sin cierta originalidad– de lo que se hace en el mundo. El problema no es el dólar, la inflación o la deuda, sino el equilibrio fiscal, sobre todo para un país con prontuario (nueve defaults) que no tiene quien lo financie. Luis Caputo sumará con octubre su décimo mes consecutivo de cuentas en equilibrio. El dato ya se anticipó. El detalle saldrá el viernes.

El ministro de Economía, Luis CaputoMarcos Brindicci

Cantar victoria es apurarse. No por la ayuda que brindó en octubre la baja de los combustibles, la estacionalidad de las verduras o los aumentos en la carne que pueden venir a fin de este mes, sino porque la fuerte desaceleración tuvo su contraparte. Se dio con un dólar al que muchos consideran atrasado –las colas de autos yendo a comprar a Chile o las buenas temporadas esperadas en Punta del Este y Brasil son alarmas– y con salarios muy golpeados. Tanto es así que en el segundo trimestre cuatro de cada diez ocupados eran pobres, según el Indec. Los salarios privados están al nivel de noviembre, pero parte de esa recuperación se la lleva un porcentaje más alto de gasto familiar en el pago de las tarifas de servicios públicos. Aquel nivel, además, ya acumulaba caídas de 30% en cinco años.

Varios sectores económicos empiezan a salir de la recesión en niveles bajos. Son apuntalados por el crédito y la incipiente recuperación de salarios y jubilaciones. Esa expansión de pesos, con cepo cambiario, puede comenzar a poner presión sobre los precios. La demanda aparece antes que la oferta y el efecto de la expansión monetaria y crediticia sobre la inflación es mayor cuando ocurre en condiciones de represión financiera. Lo advirtió el secretario de Política Económica del actual Ministerio de Economía hasta fines de junio, Javier Cottani.

La salida del cepo

Entonces sacar el cepo se vuelve clave para crecer sin inflación, pero también es un riesgo. Se acercan las elecciones de medio término para un gobierno débil en términos legislativos y la baja de la inflación es la principal bandera libertaria de éxito político. Pero en todas las encuestas, los precios ya quedaron rezagados en el ránking de preocupaciones. Ahora surgen la actividad y el empleo.

Atentos a las expectativas del mercado –que la inflación se acerque al ritmo de devaluación mensual (2%) más la suba de precios internacionales (0,5%)–, el Gobierno corrió el arco. Caputo dijo que el cepo se eliminará en 2025 y Milei, que sólo modificará el crawling peg cuando la inflación actual sume dos meses más como octubre, o sea, en 2025. Diciembre, además, se espera más alto por cuestiones de estacionalidad. El último REM asigna una inflación de 2,5% recién entre febrero y abril. “Falta”, responden en el quinto piso del Ministerio de Economía. En otra ventanilla explican que llegar a esa inflación es un punto de inflexión. Esa, dicen, es una “meta intermedia” camino a la salida del cepo. Hay condiciones “en paralelo” dependiendo de si se mira el equilibrio cambiario (el nivel de las reservas netas) o el monetario (base amplia igual a base monetaria). O sea, ¿todavía sobran pesos y faltan dólares?

Tal decisión deberá cuadrar con otra. Pese a que Marco Lavagna había previsto renovar el IPC este mes, algunas versiones indican que el nuevo IPC Nacional –con nueva Encuesta Nacional de Gastos de Hogares– recién vería la luz con el primer dato de 2025, que se conocería en febrero. ¿Cuánto pesarán los servicios en ese IPC? Es probable que la muñeca de Caputo vuelva a aparecer a la hora de volver a ajustarlos el año que viene.

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