Vivimos en tiempos en los que las guerras no solo se libran en campos de batalla o en el caos de las redes sociales, sino en el interior de cada ser humano.
La batalla espiritual no es una metáfora arcaica, ni un recurso retórico de los antiguos Padres de la Iglesia; es una realidad tangible, urgente y permanente que define el destino del alma y del mundo.
El pasaje más conocido sobre la guerra espiritual en la Biblia es Efesios 6:10-18. En el versículo 12, Pablo dice:
“Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, potestades y huestes espirituales de maldad” (Ef. 6,12).
Esta afirmación, demasiado incómoda para el pensamiento moderno, sigue vigente. Pablo asume claramente que estamos involucrados en una “lucha”. Sin embargo, este conflicto parece estar solo en el ámbito del mundo físico, es decir, personas y circunstancias. Pero menciona que “no es contra carne ni sangre”; es, en realidad, una batalla mucho más profunda.
Hoy, esta situación se disfraza de relativismo, de tibieza y de cinismo. Los demonios no siempre aparecen con cuernos; a veces vienen con discursos progresistas que vacían de sentido la verdad, o con un hedonismo espiritual que anestesia el alma en medio de una falsa paz.
Citando al sacerdote Gabriel Calvo Zarraute, aunque podamos utilizar el término de batalla cultural, que no deja de ser de origen protestante luterano Kulturkampf, limitar este conflicto al ámbito cultural es no ver el panorama completo. El caos que enfrentamos no solo tiene dimensiones ideológicas o políticas, sino que también es, en realidad, una guerra espiritual.
Detrás de los discursos de progreso, sostenibilidad y justicia social, operan élites globalistas protagonizadas por figuras como George Soros y Bill Gates, quienes, a través de sus poderosas fundaciones, han financiado una serie de proyectos que en su mayoría coinciden con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030.
Entre estos proyectos se encuentran iniciativas sobre salud pública que promueven las “vacunas”, educación con enfoque de género (woke), control poblacional, digitalización de las finanzas, feminismo distorsionado presentado como “igualdad de género”, así como el aborto disfrazado de “planificación familiar”. Aunque se presentan como esfuerzos filantrópicos, estos programas responden a intereses ideológicos y económicos que buscan atacar el pilar más sagrado de toda civilización: la familia.
En este contexto, las agendas globalistas se han convertido en un vehículo del llamado Nuevo Orden Mundial (NOM), que pretende establecer un sistema de control global, amenazando los valores, las creencias, la verdad y a la iglesia misma, persiguiendo especialmente a los cristianos y católicos.
Como advierte el escritor Pablo Muñoz Iturrieta, hoy en día uno de cada siete cristianos es perseguido en el mundo. Entre 2021 y 2024, se registraron 15,095 cristianos asesinados y 13,411 encarcelados sin juicio previo. En ese mismo periodo, 27,555 iglesias fueron atacadas y 12,940 cristianos fueron secuestrados o desaparecidos. Esta es la persecución que los grandes medios de comunicación prefieren silenciar y que muchos en Occidente eligen ignorar.
Un ejemplo de resistencia a esta ofensiva espiritual fue el reciente pronunciamiento del presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, quien encabezó un servicio de oración por la Pascua en la Casa Blanca, en donde, durante su intervención, denunció la persecución global contra los cristianos y reafirmó su compromiso con la libertad religiosa, al declarar:
“Creé con orgullo la Oficina de Fe de la Casa Blanca (WHFO) y un nuevo grupo de trabajo del Departamento de Justicia para erradicar el sesgo anticristiano. Existe el sesgo anticristiano. No se escucha hablar mucho de esto. Pero existe. Estamos frenando el adoctrinamiento radical en nuestras escuelas.”
— Trump, D. J. (2025, abril 16). Presidential message on Holy Week, 2025. The White House.
Esta declaración de Trump evidencia que solo hay dos lados en esta guerra. No hay terreno neutral: es el bien o el mal, la mentira o la verdad. Las personas deben elegir su lado. No hay lugar para los débiles que no defienden la verdad o que temen ofender a la gente. No tenemos que ser groseros, pero sí debemos ser guerreros.
Debemos defender la rectitud y la verdad de muchas maneras: podemos leer, informarnos, participar activamente en la vida pública, entender los acontecimientos que suceden en nuestro país y a nivel mundial, informarnos sobre las nuevas leyes que amenazan la libertad de conciencia, las políticas de “vacunación” forzada o la supuesta “sobrepoblación” que justifica prácticas inhumanas, y, lo más importante, salir a votar con conciencia.
Si no podemos darnos cuenta de que la batalla cultural es una manifestación de una guerra espiritual, estamos ciegos. No basta con participar en foros, ganar debates en redes sociales, postear y compartir noticias en X, o imponer leyes que favorezcan ciertos valores; es necesario un renacimiento espiritual que devuelva al ser humano su verdadera identidad, sentido y propósito.