Javier Milei le atribuye un sentido casi religioso al proceso de intercambio libre de bienes y servicios. El mercado, a su juicio, es como un dios que nunca falla; una fuerza transformadora ante la cual los gobernantes solo deben saber hacerse a un lado. La intensidad de esa fe coloca al Presidente ante un verdadero dilema existencial ahora que la criatura tan venerada parece darle la espalda.
La turbulencia financiera de los últimos días empujó al Gobierno a un territorio inexplorado. Le toca lidiar con un enemigo sin rostro que no le teme a la furia de Milei, el arma disciplinadora que tanto rédito le ha dado en el vínculo con la corporación política.
Los mercados aplaudieron de entrada el rumbo de Milei y celebraron su capacidad, demorada pero exitosa al fin, de pasar reformas en un Congreso ajeno. Pero de repente gritan su desconfianza en que la implementación del programa libertario le permita a la Argentina cumplir con sus obligaciones de deuda en el mediano plazo. Trepa el riesgo país, se descontrolan los dólares paralelos (y sube la brecha con el oficial), caen los bonos, los exportadores se sientan sobre la cosecha.
Como nunca desde que llegó al poder, Milei experimenta el viento de la adversidad. Quienes lo tratan lo describen tranquilo y seguro de sí mismo, aunque sus reacciones públicas lo exhiben más irritable que lo habitual, propenso al insulto y susceptible a las miradas conspirativas.
Pidió a sus ministros instalar la idea de que detrás de los movimientos de los dólares financieros “están Sergio Massa y sus banqueros amigos”. Acusa a los “empresaurios” que “aprietan para forzar una devaluación” y no se privó de acusar al burócrata chileno Rodrigo Valdés de ejercer presiones desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) para reformular el plan económico.
Repartió ataques a periodistas y a economistas, a muchos de los cuales tilda de “fracasados” que no le llegan ni a los talones. “Hay que hablar de gente que tenga altura. No me podés poner un cuatro de copas”, dijo en una entrevista con TN para refutar a un colega, como si él mismo no hubiera sido en el pasado un comentarista público de lo que hacían los poderes de turno. El miércoles, a las 11 de la mañana, se enroscó a discutir en tono áspero con tuiteros de nombres ficticios que criticaron un posteo en el que él elogiaba a la diputada Lilia Lemoine por decir que “la inflación no es el aumento de precios, sino un fenómeno monetario”. La lógica del conflicto es su zona de confort.
El mantra de estas horas es “resistiré”. Hay orden a todos los funcionarios de alto rango de repetir ante todo micrófono que les pongan delante que no habrá otra devaluación brusca. Se mantiene firme en la decisión de no abrir el cepo cambiario de manera precipitada: “Nos quieren hacer explotar una bomba para después venir por su cabeza. No vamos a cometer ese error. Son así: lo criticaron por ser apresurado y ahora lo critican por ser cauto”, dice una fuente del entorno presidencial.
En privado, Milei evaluó que no fue feliz el anuncio que hicieron el ministro de Economía, Luis Caputo, y el jefe del Banco Central, Santiago Bausili, para explicar la “segunda etapa” del plan. “Se generó una expectativa exagerada y el resultado fue un castigo de los mercados”, admiten en la Casa Rosada.
Es tan cierto como que Milei contribuyó a desarrollar esa narrativa cuando anunció, horas después de la sanción de la Ley Bases, que se venía “el cambio de régimen monetario”. ¿Eso implicaba la salida del cepo? Caputo y Bausili confirmaron después que no, que eso sería “una tercera fase” sin fecha prevista. El anuncio se había coordinado con el gurú de la comunicación Santiago Caputo, presente en la sala en la que se expresó su tío ministro. Primer rayón en la armadura del caballero del relato.
La convicción de Milei es que lo malo pasará a fuerza de seguir aplicando la receta que lo trajo hasta acá. A los mercados no puede tratarlos de “casta”. Les ofrece señales: le pidió al ministro de Economía que enviara al Congreso un anticipo del presupuesto para que se entienda que está blindada su decisión de mantener a rajatabala el superávit fiscal y las microdevaluaciones del peso.
Pero en los despachos oficiales empieza a instalarse una discusión recurrente sobre la necesidad de un plan B. La inestabilidad actual podría prolongarse o agravarse si el Gobierno no revela cómo y cuándo piensa desmontar las restricciones cambiarias.
Es una trampa circular de difícil resolución. Milei necesita bajar el riesgo país de los cerca de 1500 de las últimas rondas a por lo menos la mitad. De ese modo, quedaría en condiciones de volver a financiarse en los mercados internacionales y enterrar las dudas sobre la capacidad para cumplir con los vencimientos de deuda de 2025 que le dejaron en herencia. Para bajar la tasa de riesgo, necesita al mismo tiempo mantener el superávit fiscal, lograr un buen acuerdo con el FMI que refuerce las reservas y salir del cepo cambiario. ¿Cómo hará para cumplir con todos esos pasos sin desatar otro fogonazo inflacionario, que podría ser dramático en un contexto de recesión pronunciada? ¿Cómo hará, a la vez, para acelerar la recuperación si no sale del cepo?
Milei y Caputo optan por la prudencia. Buscan formas de dar pasos creíbles y concretos hacia el desarmado de las restricciones. Homenaje tardío al gradualismo.
La premisa es no desviarse de la misión sagrada de bajar el índice de inflación. El plan libertario fue hasta ahora de objetivo único. Las batallas ganadas en la guerra contra la inflación sostienen niveles considerables de esperanza en la sociedad a pesar de la caída en la actividad y cristalizan la imagen positiva de Milei, al menos entre aquellos que lo votaron el año pasado.
El peligro al que se expone es que la incertidumbre prolongue la recesión y que la meta del equilibrio fiscal se haga más empinada ante la caída de la recaudación. El desafío es evitar el círculo vicioso del ajuste infinito, tantas veces visto en la historia argentina reciente.
La política se reacomoda
La mano invisible redefine la dinámica política. Los propios se enfrascan en internas, los aliados encuentran incentivos para tomar distancia y los adversarios se ilusionan con un renacer que los redima de fracasos que siguen en carne viva.
Un hecho trascendental de la semana que termina es la brecha que se abrió entre el Pro y la Libertad Avanza. El partido de Mauricio Macri se involucró sin fisuras en las votaciones de la Ley Bases y el paquete fiscal, pero esta semana dejó en claro que no se siente cómodo con el propósito presidencial de licuarlo dentro del nuevo oficialismo.
Macri y Milei pasaron casi dos meses sin hablar (más allá de algún contacto puntual por chat), mientras la ministra Patricia Bullrich avanzaba con su idea de empujar al Pro dentro de La Libertad Avanza. La sanción de las leyes dio paso a otra etapa, que tuvo un primer hito en el reclamo público por la restitución de los fondos nacionales que el gobierno de Alberto Fernández le quitó a la ciudad de Buenos Aires. Existió un compromiso inicial de Milei y Caputo de normalizar la situación, en sintonía con el fallo de la Corte que favorece la posición porteña. Siete meses después todo sigue igual.
El trance se magnificó con la exclusión de Bullrich y sus aliados de la conducción del órgano que decide las alianzas del Pro.
“Nosotros valoramos el rumbo del Gobierno, apoyamos y le dimos las herramientas. Ahora ellos tienen que llevar adelante su plan”, dicen en la cúpula del Pro. No descartan acuerdos futuros, pero aclaran que no existe siquiera una instancia de diálogo abierta. Le atribuyen a Santiago Caputo el movimiento que encabezó Bullrich contra el partido que presidió hasta el año pasado. La lógica con la que el gurú de Milei ningunea al macrismo es: “Sus votos ya los tenemos”.
Esa tensión emergente alimenta las dudas del mercado. Entre empresarios e inversores existía la expectativa de que la segunda fase del gobierno libertario incluyera la incorporación de funcionarios con experiencia en la burocracia estatal, como los que podía aportar la cantera del Pro. Entienden que los meses de dificultades financieras que vienen por delante requieren una alianza de poder más sólida y un equipo capaz de usar las facultades delegadas por el Congreso.
Hasta ahora, para desazón de Macri, Milei prefirió prescindir de un pacto orgánico con el Pro. Aun cuando eso implicó mantener en funciones a cientos de altos cargos del gobierno anterior, curiosamente ligados al mismo Massa al que acusan de conspirar con la timba financiera.
En la vereda de enfrente, el peronismo transita su crisis de identidad con la expectativa de que hay cosas que se mueven. Cristina Kirchner reapareció con su teoría de que el drama repetitivo de la Argentina no es el gasto público sino la carencia de dólares. Ella le pidió a su hijo Máximo que no dejara solo a Axel Kicillof en el acto que le montaron para recordar los 50 años de la muerte de Perón. Lo hizo a regañadientes.
La expresidenta no termina de aprobar la aventura poskirchnerista del gobernador de Buenos Aires, que quiere “construir lo nuevo sin negar el pasado”. Pero lo deja hacer y, sobre todo, quiere evitar la sensación de desbande en sus filas. Cree que el gobierno de Milei completará cuatro años turbulentos y contradictorios al final de los cuales habrá una nueva oportunidad para aquellos que representan la oposición a las políticas liberales. Carece aún de una idea clara de cómo construir esa oferta después del fiasco del Frente de Todos.
El Gobierno invierte en la desunión peronista. Guillermo Francos y su gente tienen claro que no alcanza con la división entre Kicillof y Máximo. Al peronismo lo quieren reducir a infinitos pedazos. Por eso ponen empeño en seducir a los gobernadores del Norte, a los que alientan a convertirse en caciques de pago chico. El provincialismo es una tendencia que precede al último giro en el poder, pero que se acentúa.
Milei espera una delegación peronista el lunes en Tucumán para firmar el decálogo de buenas intenciones bautizado como Acta de Mayo. No será el acto pomposo y fundacional que imaginó cuando lo anunció hace cuatro meses. Los representantes de la “maldita casta política” lo asumen como un gesto de cortesía con el hombre que se deleita exponiéndolos como culpables de todos los males argentinos. Lejos, muy lejos, de un compromiso mayor con “las ideas de la libertad” y las tesis de la Escuela Austríaca. Quieren que se entienda que es de él y solo de él la responsabilidad de domar las fuerzas insondables del mercado que tanto venera.