El clima de paz y expectación en la Embajada de Venezuela en la ciudad de Buenos Aires, se convirtió en uno de enojo y gritos de “fraude”, luego de que el Consejo Nacional Electoral le adjudicara la victoria con una “tendencia irreversible” a Nicolás Maduro por sobre el candidato opositor Edmundo González Urrutia. Los miles de venezolanos que se acercaron a la sede del consulado ubicado en el barrio de Palermo para votar a lo largo de la jornada comenzaron a manifestarse contra las vallas de seguridad desplegadas sobre el edificio.
A medida que Elvis Amoroso, el titular del CNE, leía los resultados obtenidos por la Justicia venezolana, las caras de los venezolanos congregados en la Embajada de ese país se tornaba en llanto y frustración tras una nueva ilusión desmoronada de torcer el rumbo del país que desde hace 25 años es gobernador por el chavismo.
Si bien no hubo enfrentamientos con la Policía, sí se ocasionaron golpes al vallado, desorden y malhumor que desencadenó en cantos contra Maduro. La desazón y la angustia invadieron el lugar, y algunos de los asistentes decidieron marcharse, mientras que otros permanecen inmóviles.
Dicen que donde hay venezolanos siempre hay una fiesta. Y este domingo no fue la excepción en la Avenida Dorrego ni en la Plaza Intendente Seeber, donde cientos de ellos celebraron una jornada histórica de elecciones, crucial para su futuro. Mientras empezaba el conteo inicial, una multitud seguía reunida bajo el sonido de bocinazos, cantos y humo de colores, apoyando a la oposición con un gran lema que resuena en el aire: la expectativa de regresar a su patria.
Según las autoridades electorales participaron 1127 personas pero los escrutadores no podrán abrir las urnas hasta que en Venezuela hagan el primer reporte oficial. De esta forma, esperan que los resultados se sepan recién en la madrugada o incluso este lunes.
Mientras tanto afuera, la gente esperaba ansiosa. A 15 minutos de allí, en la Plaza Intendente Seeber, cientos de venezolanos bailaban la danza tradicional de Venezuela, el joropo, a medida que empezaban a especular sobre los resultados de boca de urna.
Laura Martínez y Marta tenían los ojos hinchados de tanto llorar. Desde las 6 de la mañana que estaban en un rincón sobre la vereda, frente a la embajada de Venezuela en la calle Luis María Campos al 170. A diferencia de Marta, a quien no le permitieron inscribirse para votar debido a su pasaporte vencido, Laura ya ejerció su voto. Fue una de las “privilegiadas”, como se referían a los 2638 venezolanos que tuvieron “la suerte” de poder inscribirse.
“Ahora todo queda en manos de Dios. Nosotros hicimos lo que está a nuestro alcance para este cambio. Ahora queda confiar en él”, dijo a LA NACION Martínez, que tenía puesta una gorra, una remera y unos aritos en las orejas con la bandera de su país. “Vamos a estar aquí todo el día, será un día inolvidable, un día de cambios, en el que finalmente venceremos”.
La calle Luis María Campos se llenó de acentos caribeños, banderas tricolores de amarillo, azul y rojo, y cantos cargados de esperanza en un día histórico para estos expatriados, que, tras años de distancia y dificultades, ven en la jornada electoral de este domingo como una oportunidad para influir en el futuro de su país desde el extranjero.
Al cierre de urnas habían votado 1127 personas, según Daniel Ramírez, encargado del enlace electoral del comando venezolano en la Argentina. “La jornada fue tranquila. Los testigos llegaron todos a las 5 de la mañana. A las 6.30 abrieron las puertas y desde entonces todo fluyó de manera rápida y ordenada”, dijo a LA NACION. Sobre el rol de la embajada, comentó que había cumplido correctamente con su trabajo. “Hizo lo que tenía que hacer”, puntualizó.
Cuando se le preguntó sobre sus expectativas para la noche, Ramírez respondió de forma protocolar: “Esperemos que sea un día muy importante para Venezuela”. Tras una breve pausa, bajó un poco la voz y añadió: “Un día de cambio”.
Se esperaba que más de 2000 venezolanos votaron este domingo; eran los “privilegiados” que lograron registrarse para votar, a diferencia de los otros 217.362 residentes que quedaron a mitad de camino debido a las trabas impuestas por el régimen de Nicolás Maduro. Estas trabas incluyeron períodos de inscripción cortos, mala atención, cortes de luz en los establecimientos, procesos lentos y una cantidad de requisitos, como tener DNI permanente, cédula venezolana vigente y pasaporte venezolano vigente.
En las calles, los ruidos de los bombos, los bocinazos y los cantos reflejaban una sola cosa: la esperanza de que después de 25 largos años, la dupla de Edmundo González Urrutia y de María Corina Machado logara derrotar al chavismo y que, finalmente, muchas de estas personas regresen a su país para encontrarse de nuevo con sus familias.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de 7.7 millones de venezolanos abandonaron su país hasta la fecha. Este éxodo masivo, uno de los mayores en la historia reciente de América Latina, fue impulsado por una combinación de factores devastadores pero especialmente por la crisis económica, la inseguridad y la represión política bajo el régimen de Nicolás Maduro, que llevó a muchos a buscar asilo y refugio en países vecinos y más allá.
“María Corina Machado nos trajo una herramienta: nos hizo volver a creer en Dios”, dijo Laura emocionada. A su izquierda, Marta asintió. Cuando le tocó hablar a ella se le trabó la voz. Dijo que estaba frustrada porque no pudo votar pero estaba “firme aquí apoyando”. “Más firme que nunca”, dijo, mientras lloraba. Se dieron un abrazo largo mientras repetían “lograremos el cambio, lo vamos a lograr”.
Algunos hicieron filas desde las 5 de la mañana. “Era de noche cuando llegué”, dijo con una sonrisa Carlos Gutierrez, uno de los treinta venezolanos que cantó el himno en la puerta de la sede diplomática una hora antes de que abran las urnas. “Lo cuento y se me pone la piel de gallina, lo juro. Fue un momento inolvidable, será un día inolvidable. Estamos nerviosos pero con muchísimas expectativas”.
En ese momento una señora de 73 años interrumpió la conversación. “¿Qué expectativas? ¡Vamos a ganar! Vamos a salir de estas y ser libres otra vez”, dijo a LA NACION con la voz al límite del llanto. “Así será. Así tiene que ser”.
“El proceso fue espectacular, rapidísimo, creo que no había chavistas ahí adentro porque fue todo muy amable y muy lindo”, agregó irónica.
Ana Caberoa estaba apoyada en un auto de policía afuera de la embajada, parecía tranquila y relajada. Es que después de ejercer su voto estaba confiada en que el triunfo de la oposición sería contundente.
“Todo fue muy tranquilo y rápido”, dijo a LA NACION. “Yo pensaba que no iba a poder votar porque mi pasaporte vencía en mayo y estaba a una semana de vencer cuando me fui a inscribir. Recuerdo que era un día de paro, que casi no había colectivos. Salí de mi casa y dije: ‘Si no pasan los colectivos no voy’. Creo que pasó el único colectivo en toda la ciudad. Me subí, vine aquí y logré inscribirme aunque los de la embajada me dijeron que no iba a poder votar”.
Ana tenía una ilusión muy grande: “Pienso que el triunfo va a ser tan contundente que ellos [el chavismo] no van a poder hacer nada”.
Fernando Borjas sostenía una boleta en la mano para explicarle a la gente cómo es el proceso de votación; para evitar que no cometan errores. Borjas sabía que todos los que estaban allí eran antichavistas entonces estaba más comprometido por la causa.
El cartel tenía la cara de Nicolás Maduro, la de Edmundo y otros candidatos. Fernando le explicaba a un grupo de gente que acababa de llegar que era muy importante pintar el círculo y no hacer una cruz, ya que eso podría anular el voto. Riéndose, comentó que hay que ser muy prolijos porque cualquier nimiedad puede hacer que el voto no valga. Aunque no vota, Fernando estuvo desde la madrugada, expectante. Hace siete años que se fue de Venezuela.
Fernando, que se identificó como político, contó a LA NACION que estaba comenzando a ser perseguido por el régimen y tuvo que huir. “Mi expectativa es que logremos la victoria tan ansiada desde hace 25 años. Y así va a ser”, afirmó con determinación.
En la Plaza Intendente Seeber, la gente comenzó a llegar a las 15 h para participar en un acto de apoyo a la oposición. En el parlante se escuchaba un discurso de María Corina Machado con una música venezolana de fondo, después empezó a sonar “Color esperanza” de Diego Torres y el público empezó a corear “viva la libertad, carajo”, en referencia a la célebre frase del presidente argentino, Javier Milei.
“Ahora estamos aquí, pero ya nos estamos preparando para reencontrarnos allá con nuestros familiares”, dijo Dayana Barrios al público. Tras una pausa, lanzó la pregunta más esperada: “¿Vamos a regresar o no vamos a regresar?”. El público coreó un enfático “sí”, y atrás un hombre comenzó a llorar. Tenía agarrado de la mano a su hijo de cinco años, que todavía no conoce Venezuela.
Lloraba y apretaba con fuerza la mano de su hijo que tenía una bandera de Venezuela colgada en su espalda. “Me pega así la libertad”, dijo a LA NACION mientras se secaba las lágrimas. “Quiero reencontrarme con mi familia, quiero que él conozca la Venezuela libre”.
En medio del gentío, un cartel se destacaba entre todos los demás: “Quiero conocer la Venezuela de la que tanto habla mi mamá”. Era sostenido por una mujer joven que, como muchos allí, aún no había conocido su país fuera del control del chavismo.
Mientras tanto, otro hombre en el escenario emocionaba al público con sus palabras. “Me imagino que todos están hablando con sus familiares allá”, dijo, e inmediatamente recibió una ovación. Hace ocho años que vive en Buenos Aires, dice que acá se acostumbró un poco al frío y que los argentinos fueron los mejores anfitriones que ha tenido en su vida. “Tenemos que dar las gracias a la Argentina porque nos recibieron de una manera muy cordial. Vamos a estar eternamente agradecidos. Vamos a darle un eterno aplauso a la Argentina”, dijo. “Gracias por todo pero yo me regreso a Venezuela”.
Cuando estaba a punto de compartir sus expectativas sobre los resultados de estas elecciones, Rosa Charo fue interrumpida por su hija Antonia y su sobrina, de seis y siete años. “Quiero volver a conocer el país”, dijo Antonia, quien llegó a la Argentina con su mamá a los tres años y, por eso, sus recuerdos de Venezuela son casi nulos. “Tengo un montón de familia allá, quiero conocer mi país, quiero volver”, insistió.
Su madre sonrió y la miró con ternura, y agregó que sentía una mezcla de esperanza y ansiedad. “Lo ideal es que ganemos, que ellos se vayan, nos dejen ser felices y que podamos volver”, dijo a LA NACION. Mientras tanto, su hija exclamó con entusiasmo: “¡Volver a ser libres!”.
Minutos después le tocó hablar a Wilfredo Ustariz Acosta– representante en la Argentina de la coalición opositora Unidad Democrática. “Hay que agradecerle a este pueblo argentino que nos abrió sus puertas. Aquí hemos fundado familias, amistades, y hasta hemos tenido hijos argentinos”, dice. En el público una mujer grita: ¡gracias argentinos!”
“Hoy quiero que le copiemos una frase muy especial que es muy importante para su democracia: ¡Nunca más!”, cerró Ustariz.
Mientras tanto, los autos en la calle Luis María Campos no avanzaban. Es que había cientos de venezolanos agitando sus banderas, cantando canciones y bailando. Las urnas ya cerraron, la feria gastronómica entregó sus últimas arepas y tequeños, mientras todos esperan ansiosos los resultados.