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Claudia Schaefer lo había denunciado por malos tratos y golpes. En 2017 fue condenado a prisión perpetua por femicidio. Pasó de volar en primera y fotografiarse con celebrities internacionales a “ranchar” en calabozos y patios de cárceles donde lo apodaron “El Matamujeres” y corrió riesgo su vida. Hoy está en la cárcel de Campana y su único sostén tras las rejas es otro convicto, el padre Julio César Grassi.
De estar en “primera clase” a una vida tras las rejas y un apodo tumbero
Apenas pisó la cárcel de José León Suárez en San Martín lo bautizaron “El matamujeres”, apodo tumbero que jamás pudo sacarse de encima. Luego, con el correr del tiempo sumó otro muy poco grato tras las rejas, “Soplabolsa”, que en la jerga intramuros significa algo así como soplón, buchón, batidor o el más popular de todos reconocido por el gran público, botón, por no tener tapujos en “mandar en cana”, léase denunciar, a sus propios compañeros de encierro.
Cuando Fernando Farré el 21 de agosto de 2015 asesinó a su mujer, Claudia Schaefer, a punta de cuchillo con el que le practicó 74 puñaladas, en la casa que la familia disfrutaba en los tiempos felices en el country Martindale junto a sus tres hijos, se condenó a una vida miserable tras las rejas y sentenció no solo la vida de su mujer, sino también la de tres niños inocentes que deberán cargar con ese dolor para siempre.
Hasta ese día fatal, Farré se vanagloriaba de ser un Contador Público recibido en la Universidad Católica Argentina (UCA) con los mejores promedios, con un master en negocios en los Estados Unidos, además de hablar varios idiomas, lo que le sirvió para ocupar puestos importantes en distintas compañías como L´Óreal y Coty.
Su derrotero por el mundo en viajes promocionales y de negocios lo llevó a volar en primera clase, participar de los más importantes eventos en el mundo de los productos de belleza, estética y fragancias de primer nivel y fotografiarse con stars internacionales como David Bowie, Paris Hilton, Halle Berry, Kate Moss, Lady Gaga y siguen las firmas…
También aprovechó para tener sus selfies a nivel local con tops de nuestro mundillo del espectáculo como Susana Giménez, Facundo Arana y su mujer, María Susini, Andy Kusnetzoff, Iván de Pineda… Evento que se presentaba lo utilizaba para engrosar su álbum de imágenes junto a personalidades con las que alardeaba tener llegada y cierta amistad.
Durante los veranos en Punta del Este le encantaba mostrarse en lugares muy concurridos por famosos como Tequila o La Huella para toparse con ellos, saludarlos, decirles quién era y entablar alguna relación foto mediante. Lo deslumbraban los flashes y que los fotógrafos que cubrían las temporadas para revistas y diarios preguntaran quién era y, de paso, lo retrataran junto a alguna que otra celebrity.
Su vida y la de su familia aparentaba ser feliz, de clase media alta, con un confortable departamento en la avenida Libertador, autos y camionetas importadas, hasta que las actitudes de violencia contra su esposa empezaron a salir a la luz, hechos que él negaba continuamente aunque protagonizaba escenas de celos, la menospreciaba y señalaba que ella tenía una vida paralela con otro hombre.
Los escenarios de agresiones y maltrato se fueron repitiendo uno tras otro hasta que Claudia llegó a admitir “tengo miedo de que me mate”. Todo fue empeorando y más aún después de que Farré fuera cesado en sus funciones como integrante del directorio de la multinacional Coty, lo que provocó que iniciara un tratamiento psiquiátrico para mejorar su estado, pero no lo logró. Su comportamiento se fue afectando día a día, hasta que él llegó a manifestarle sin vueltas a su esposa: “Esta casa no te la vas a quedar vos. Si eso ocurre no tengo problema de terminar en Ezeiza, podés mandarme ya a Ezeiza”, pudo escucharse durante el juicio oral en una charla que la mujer grabó como prueba de la violencia que padecía.
Más audios ratificaron el calvario que Claudia Schaefer afrontaba como podía: “Me agarraste del pelo, me tiraste contra el sillón, me pusiste tu rodilla en la cabeza, me apretaste para sacar un celular de la mano. Me lastimaste, me reventaste las cervicales, me dejaste la cara marcada. Todo delante de los chicos”, expresaba ella angustiada entre sollozos.
De inmediato decidió solicitar el divorcio y el 2 agosto de 2015 Schaefer denunció a Farré ante la Oficina de Violencia de Género de la Corte Suprema. Entonces, la Justicia estableció una orden de restricción perimetral de 300 metros para el perfumista, que 19 días más tarde le tendió una trampa mortal.
Claudia Schaefer confió cuando Farré propuso una reunión en la casa del country Martindale para establecer definitivamente los detalles finos del divorcio porque estarían los abogados de ambas partes. Pero en un momento él solicitó quedarse a solas con su ex esposa para hablar cuestiones previas y que ella retirara cosas personales. Ya con ambos en el vestidor de la casa comenzaron a escucharse gritos. Él la atacó con dos cuchillos que había extraído previamente de la cocina. Fue cuestión de segundos lo que tardó en degollarla. Su imagen después de asesinarla, bañado en sangre y tirado en el piso aún perdura. Con sangre fría luego exclamó: “Me dijo ‘pobre tipo’”.
En 2017 fue condenado a prisión perpetua bajo la carátula de “Homicidio doblemente agravado por el vínculo y femicidio”. La fiscal del caso, Carolina Carballido Calatayud, fue lapidaria con él: “Farré no tuvo piedad con la madre de sus hijos, mostró su sangre fría. Fue lo más cruel posible. Su esposa, venía padeciendo violencia psicológica, verbal y económica hace años. Es egoísta, le importa solo él y su imagen. Supo que la iba a matar y lo hizo. Cometió un femicidio de manual”.
Farré le dijo a este cronista en una entrevista realizada en la Unidad 46 de San Martín que no recordaba el episodio. Su mirada era aguda, gélida… Intentaba explicar lo inexplicable sin siquiera aparentar dolor y arrepentimiento. Repetía que él sabía que ella tenía un amante, que era un hombre traumado por el despido sufrido, que en la cárcel había empeorado su estado de salud, pero no se hacía cargo de que era un asesino. Apenas si le escribió una carta a sus hijos pidiéndoles perdón…
Allí, en prisión se la hicieron pasar bastante mal. Empezó a estudiar Sociología, clases a la que asistía con sus camisas importadas Abercrombie. Uno de los detenidos en los que se refugió fue en Ignacio Alfredo Pardo Paso, ex saxofonista de los Fabulosos Cadillacs. Hasta que decidió denunciarlo a las autoridades del penal y autocondenó su futuro tras las rejas. Argumentó que Pardo buscó su amistad para después chantajearlo, solicitándole un pago mensual para protección, porque de lo contrario sufriría las consecuencias. Según sus dichos, él decidió no “abonar” la cuota solicitada y empezó a padecer hechos de violencia. Habló de que lo quemaron con agua hirviendo y hasta que quisieron “suicidarlo”, pero que le salvó la vida otro preso, Carlos Colosimo, tío de Wanda Nara, que purgaba una sentencia por abuso de menores.
En ese ambiente intentó seguir como pudo, pero le resultó imposible. Para colmo fue por más para vengarse de Pardo Paso y volvió a denunciarlo argumentando que había oído que planeaba mandar a matar al fiscal Patricio Ferrari de San Isidro. Dijo también que el músico había obtenido direcciones de sus familiares y mandaba a sus secuaces para venderles cosas robadas como cuadros, alhajas, relojes y hasta monedas de oro. Nada se pudo comprobar, pero el Servicio Penitenciario se vio obligado a sacarlo de allí porque creyó que tenía las horas contadas.
El “botón” al que no aceptaban en ningún lado
A partir de los incidentes en la cárcel empezó a recorrer prisiones porque como se corrió la voz de que era un “botón” no lo aceptaban en ningún lado. Como lo consideraban un “millo”, le exigían que pagara protección bajo amenazas de muerte. Pero no podía compartir el patio en ninguna unidad y tuvieron que “guardarlo” -como se dice en la jerga- en lo que se llama “buzones”, mínimos calabozos individuales, porque temían por su vida. Así pasó por varias cárceles: desde Florencio Varela, Dolores, La Plata hasta Azul, Lisandro Olmos, General Alvear y Bahía Blanca. En esta última los internos le hicieron pagar algunos lechones para pasar la Navidad y luego casi lo linchan. También ahí le secuestraron teléfonos celulares con los que amedrentaba a ciertos familiares de su ex mujer.
Farré se cansó de denunciar malos tratos y un sin número de enfermedades con el objetivo de que le dieran la prisión domiciliaria, pero fue en vano. Hoy está alojado en el Penal de Campana y apenas si lo visitan algunos miembros de su familia, su hermano y sus padres. No tiene noticias de sus hijos con quien intentó revincularse pero hasta ahora no pudo. Los chicos están a cargo de su tía, hermana de Claudia.
Comparte el penal con el cura Julio César Grassi, uno de los pocos que lo acepta para pasar el tiempo libre fuera de los calabozos. Es uno de los pocos interlocutores que le quedan. El otro es su actual abogado, el penalista Omar Saker, su única esperanza, que apeló a sus habilidades para presentar un recurso ante la Corte Suprema argumentando un estado de inimputabilidad al momento de cometer el homicidio, producto, según Saker “de los psicofármacos que ingería por estar sometido a un tratamiento psiquiátrico debido a la aguda depresión que venía padeciendo porque lo habían despedido de su trabajo. Aspiro a que se pueda realizar un nuevo juicio, ese es mi objetivo”, confió a LA NACIÓN.
Mientras tanto, hoy a sus 61 años su ansiada libertad parece muy lejana. Los números dicen que recién cumplirá su condena a perpetua –establecida en 35 años- a los 87. También seguramente está en sus planes argumentar aún más enfermedades para lograr la prisión domiciliaria cuando cumpla los 70 en 2033. El panorama a futuro parece tan frío como él lo fue.